EL TRIANGULO DE LA PAZ
Por: ANGEL ALIRIO MORENO MATEUS
Si somos capaces de resolver
todos nuestros problemas sociales, económicos y políticos a partir de saber
interpretar nuestro triangulo de fortalezas, estaremos encontrando el camino de
la paz; todo porque ahí comienzan las potencialidades de nuestra riqueza: Agua,
comida y ambiente sano.
No podemos continuar explotando
nuestro suelo y haciendo que nuestra economía agraria siga dependiendo de la ganadería
extensiva y de los cultivos para producir bio-combustibles, mientras
contemplamos a la vera del camino de las
múltiples haciendas a personas deseosas de una porción de proteína, un vaso de
leche o una “migaja de manteca” para su dieta, a la par que leen en los
diarios, que tienen tanta suerte, que viven en una de las naciones más felices
del mundo.
¿Cuál felicidad? La que añoramos,
en un país en donde el promedio es de 1.5 reses por hectárea y no tenemos al
menos un metro de vivienda construida por familia colombiana. La felicidad debe
ser considerada como el derecho fundamental de rango constitucional que garantice
a cada ser humano, una digna existencia otorgada por el acceso a un nivel adecuado
de calidad de vida, con educación, salud, vestido, alimentación, recreación y
libre acceso al goce de los desarrollos tecnológicos.
Si de la Habana surge un modelo
que contemple los tres aspectos esenciales para nuestro desarrollo, podríamos afirmar
que hemos resuelto el problema. Comida podemos producir para nuestra dieta y
seguridad alimentaria y nutricional, además de venderle a las demás naciones.
Agua, podremos exportar desde el pacifico colombiano; nuestro rico litoral, en
el que en los últimos doscientos años; según la tradición oral, hay áreas geográficas
en las que solo ha dejado de llover un día. En otras naciones tienen tanta
ausencia de “agua dulce” que les está resultando económica y ambientalmente
costoso el proceso de desalinización de agua marina para el consumo humano. Y,
un ambiente sano, a partir de procesos de producción limpia, contribuiría al “enfriamiento”
del planeta y a la retribución global por los servicios ambientales.
Nosotros podremos llegar a ser de
verdad el país más feliz del mundo, en el que midamos como en Bután, no el
producto interno bruto en términos de economía financiera, sino en índices de
felicidad interior bruta medida desde el grado de la satisfacción de los anhelos
y aspiraciones de la población colombiana. Yo por mi parte, sueño con un país en
el que la propiedad privada individual de la tierra tenga un umbral y después de
él, sea social y sobre sus fines y destinación intervenga el Estado. Ojala la
ONU pueda inmiscuirse más en la agenda de la Habana, para que tengamos el
primer proyecto piloto de nación feliz del mundo, después de tantos años de
guerra.
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